jueves, 10 de junio de 2010

LECTURA. ENSAYO. Fernando Savater (San Sebastián, 1947). "Montresors", del libro "MALOS Y MALDITOS"

MONTRESORS
EL BARRIL DE AMONTILLADO, EDGAR ALLAN POE

Supongo que ya te habrás dado cuenta de que los humanos somos especialistas en hacernos pupa unos a otros. Atacamos a nuestros semejantes con cualquier pretexto... ¡y a veces sin pretexto alguno, sólo por fastidiar! De todos los motivos que suelen darse para explicar esas agresiones (ambición, orgullo, miedo al prójimo...) el más implacable y terrible de todos es la venganza. El deseo de venganza resulta casi una enfermedad, una fiebre que el termómetro no sabe medir pero que trastorna más que cualquier otra calentura.
Lo peor es que la venganza siempre quiere causar un daño mucho mayor que el que le hicieron antes a uno. En el fondo, el vengativo se considera infinitamente mejor que todos los que le rodean, y cualquier ofensa trivial, por pequeña que sea, le resulta insoportable. "¡A mí! -dice por dentro, loco de rabia-. ¡Hacerme eso a mí!". Y todo le parece poco para castigar a quien se ha atrevido a fastidiarle, incluso aunque el otro lo haya hecho sin querer. Según cuentan, Caín mató a su hermano Abel para vengarse porque pensó que todos le querían más que a él. Abel no tenía ninguna culpa de eso, pero... ¡vete a contárselo a Caín! El colmo de la venganza ridícula (y todos los vengativos son un poco ridículos, a fin de cuentas) es un chiste que leí hace tiempo. Un marido de cara feroz mira a su mujer y gruñe: "¡Qué fea eres! ¡Me vengaré!".
A diferencia de algunas largas novelas de las que te he hablado en este librito, El barril de amontillado es un cuento de pocas páginas. Pero esas páginas fueron escritas por uno de los mejores narradores que ha habido, Edgar Allan Poe, y tienen una fuerza terrible. Es una de esas historias que lees en una hora y ya no se te olvida en toda la vida. Te lo advierto como amigo: ten cuidado con Poe. Sus cuentos suelen ser estupendos pero pueden convertirse después en obsesivas pesadillas. Pregúntale a Stephen King o a cualquiera de los que hoy escriben relatos de terror quién es su maestro. Cada uno te dirá varios nombres de sus escritores preferidos, pero te apuesto lo que quieras a que el primero siempre es el mismo: Edgar Allan Poe.
El barril de amontillado es la historia de una venganza, contada por el vengativo que la ejecuta. Poe ni siquiera se molesta en decirnos cuál es la ofensa que sirve de pretexto a esa venganza tremenda. Da igual. Montresors, el narrador del cuento, es un vengativo casi profesional. Por lo visto le viene de familia, porque su escudo presenta una serpiente que muerde el pie que la pisa y esta leyenda: Nemo me impune lacessit, que quiere decir en latín "nadie me ofende impunemente". Con Montresors más vale no andarse con bromas, porque se venga a las primeras de cambio... Pero Fortunato, un tipo vanidoso y muy satisfecho de sí mismo, se ha atrevido a injuriarle. Ya te digo que no sabemos cómo, ni por qué: el cuento no trata de los motivos de la venganza sino de cómo la venganza es llevada a cabo.
Para vengarse, lo primero es saber disimular. Incluso hay que fingir amistad con aquel de quien queremos vengarnos, para que no sospeche nada cuando nos acerquemos a él. Montresors se comporta con Fortunato como si le admirase y apreciase mucho: ese Montresors no sólo se parece a la serpiente por ser vengativo sino también por su astucia. Segunda lección para vengativos: hay que conocer bien los puntos débiles del adversario. Dos de las cosas que más le gustan a Fortunato son darse importancia y beber, como Montresors sabe perfectamente. De modo que le tienta con un fantástico barril de vino español (la cuna del amontillado es Montilla, en Andalucía) que sólo él será capaz de juzgar. Fortunato piensa que está de suerte: podrá pavonearse un poco haciéndose el entendido y además se echará un buen trago... o dos. No sabe que le preparan un vino más amargo que el amontillado prometido. Como están en carnavales, el incauto Fortunato va vistosamente disfrazado de payaso; Montresors, en cambio, lleva un disfraz que nadie nota, el de buen amigo de aquel a quien va a matar.
La venganza es horrible porque una vez puesta en marcha nadie puede pararla: yo me vengo de ti, tu hijo se venga de la venganza que has sufrido, un amigo mío se venga de tu hijo, un amigo de tu hijo se venga de mi amigo... Y esa rueda diabólica no acabará hasta que alguien sea capaz de perdonar o de olvidar. ¿No crees que sería mejor haber empezado por ahí?

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